La Educación Musical no se limita a la formación instrumental.

La música es un lenguaje tan amplio que abarca la multiplicidad de los sonidos, y cómo estos afectan y transforman nuestras vidas cuando nos permitimos escuchar y atesorar las variables que se producen en ellos.

 

Si te sientas a escuchar con detenimiento solo un momento puedes oír la sirena de la policía que anuncia su paso la avenida, los perros guardianes que ladran cuando perciben que algo sucede. Cuando el viento mueve las hojas ya sabes sin necesidad de mirar por la ventana que el mundo sigue en marcha, y esa percepción desarrollada permite agudizar la escucha, si hay una instrucción musical mediante.

 

Cuando la melodía se une a la poesía, surgen maravillosas obras musicales que expresan la belleza de un paisaje, y pueden traer a nuestra memoria ese registro sonoro que ya tenemos internalizado.

 

Un ejemplo valioso para los mendocinos es la Tonada del Otoño, en la descripción “… la brisa traviesa se ha puesto a juntar” … no necesitamos escuchar el sonido del viento para que esa sensación de oxigenación nos invada. … “Comprenderle el adiós a las hojas”…  y ya escucho la corrida de las hojas recién barridas que aún quieren permanecer con nosotros un poco más decorando el paisaje que antecede al invierno.

 

Muchas obras son descriptivas, y sin necesidad de otorgar texto, Vivaldi plasmó la primavera con instrumentos sinfónicos. Si oyes esa obra con atención podrás descubrir el discurso sonoro que logra trasladar al oyente al bosque primaveral oyendo claramente el canto de los pájaros, murmullo de las fuentes, truenos y rayos.

 

Si el niño tiene internalizados los sonidos, poco le costará descubrirlos en una obra sinfónica académica, popular o folklórica.

La educación musical incide directamente en la decodificación del discurso sonoro.

 

Emilce Jacobchuk

 

 

 

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