La música, es una sucesión de diferencias, y la música orquestal, un ensamble permanente de diversidades que se conjugan, para crear una coherencia.

La sociedad nos lleva a estandarizar todo lo que nos rodea. La moda crea tendencia y nos uniforma a todos, generando una regla donde estamos “a tono”, o no.

En cuanto el niño puede identificar que la singularidad es uno de los aspectos más importantes que tiene, se auto valora, y puede actuar con confianza, frente a los diversos desafíos, que se presentan permanentemente.

La orquesta infantil, impulsa a los niños a participar tocando primero en clases, luego a ensayar en casa delante de la familia, para llegar a la instancia de concierto, donde comparte lo que ha aprendido hasta el momento.

Ahí, el director juega un rol fundamental, cuando es capaz de ensamblar la diversidad de instrumentos, la afinación de todos los músicos participantes, y optimizar la importante contribución, de los granos de arena, que aportan los niños nuevos en el proyecto.

De ese modo, sin un gran estrés, el pequeño comienza a participar con la música, aprendida hasta el momento.

Ese proceso se va complejizando, y en poco tiempo podrá estar actuando con gran solvencia, frente al público que se presente.

Lo fundamental es que el aprendizaje sea vivenciado desde la alegría, superando miedos, compartiendo las tristezas y alcanzando objetivos… a los que nos gusta llamar “sueños”.

Estas emociones, nos acompañan hasta el último día de existencia y el modo de encausarlas desde pequeño, se replicará durante toda la vida.

 

Esa es la importancia de aprender a aceptarnos como somos, comprender que tenemos un capital maravilloso con el que podemos movernos en el mundo, y ensamblar eficazmente en la diversidad.

 

Gracias por permitirme expresar este pensamiento y leer hasta el final.

 

Prof. Emilce Jacobchuk

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